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‘El Estanque’, una historia inquietante

Entre hálitos de nubosidad al ir de atrás hacia adelante, o viceversa, y continuamente separados por delgadas líneas etéreas, el Taller de Teatro de la UAS (Tatuas) estrenó la obra El Estanque, escrita por el sonorense Roberto Corella y dirigida por Rodolfo Arriaga Robles, como parte de la vigésima segunda edición del Festival internacional Universitario de la Cultura.

Al recrear plásticamente un hecho sangriento ocurrido en el país hace 51 años (sin que el autor haya propuesto una biografía actuada sobre el asalto al Cuartel Madera, de Chihuahua), el sesgo de violencia institucional traslucido en la obra, tanto como el abuso militar y un escandaloso paisaje de dolida pobreza, dieron pie para que Arriaga Robles, al final de la función, dedicara la participación del Tatuas a la memoria del periodista Javier Valdez, recientemente asesinado en Culiacán, “para que no calle el cantor”.

La historia de Corella fue contada en escena por un cuerpo actoral que hicieron diez personajes, dejando entrever la existencia de un pueblo sobre la sierra que divide a Sinaloa con Durango y Chihuahua.

Lo que el público vio de inicio en el escenario, hacia la mañana de este jueves, en el Teatro Universitario, fue a un hombre tintinear una campanilla, como si rezara a la vez, o como si ese fuera el conjuro para que los otros que estaban allí, y quienes enseguida aparecieron, empezaran a levantarse de un letargo, como a revivir, a moverse, casi dibujando una coreografía de danza contemporánea, sugiriendo a espectros dolidos, como los que narraba Damiana Cisneros en ‘Pedro Páramo’ (“y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura”). Pero en El Estanque no había ninguna Damiana, sino “Ella”, el nombre del personaje magníficamente representando por Marcela Beltrán.

Y a partir de ese momento empezó a entretejerse la trama, por instantes con la savia de la vida, y por mucho en medio de un mundo de muertos, ofreciendo en retazos el devenir desgraciado de un pueblo que se vio impactado por jóvenes inquietos y esperanzados por el triunfo de su rebelión contra el sistema, hasta que el ejército, con balas y cárcel, les acalló los sueños.

Fueron 13 jóvenes los que atacaron el Cuartel Madera, en Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965, misma cantidad de hijos que procreó “Ella”, siendo uno de ellos (Benjamín) quien se dejó conquistar por la Revolución Cubana y soñó, junto con otros hombres, cambiar el destino catastrófico de su tierra y de su país. Pero la madre, a la hora de esa verdad en donde existen sólo dos banderas para levantar: la de la vida o la de la muerte, prefirió traicionar al movimiento, a su esposo Arturo y a su amante Pablo, y finalmente a todos, para salvar al Benjamín de sus entrañas.

Entonces, aquel tintinear y los hombres y las mujeres como emergiendo de sus tumbas, eran los reclamantes de la traición, eran lo no cejaban en señalar  a la “Ella” que se dejó engañar, a la mujer a quien le firmaron un papel en el que anotaron que respetarían a su hijo Benjamín, lo que en esta trama no sucedió. Pero “Ella” era una mujer dura. Y desde su fortaleza le habló a los espíritus etéreos. O a su conciencia intranquila: “Mientras el estanque no se seque, aquí voy a estar. Y (ustedes) se van a morir hasta que yo quiera”.

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